La afrenta.


Te merecías todo lo que te hice menos esa última afrenta, aunque reconozco que nada exime más que lo que se hace en nombre de un amor traicionado.
         Lo que le conté en la carta era indigno porque pertenecía exclusivamente a nuestra intimidad, y estoy seguro de que cuando buscó y encontró el lunar en el recóndido secreto que sólo yo besaba, mientras tú excitada me alentabas a hacerlo, sintió la misma frustración de quien halla el cofre del tesoro vacío con la burla de quien ya lo sustrajo.
          Sé que tu amor es una pérdida definitiva y me resigno a ello, pero el secreto de ese lunar sólo a mis labios pertenece. Y cuantas veces requiera tan íntimo tesoro encontrará el vacío que queda de quien lo despojó.
          Una afrenta que a mí me tiene prisionero y a él esclavo y a ti culpable, y a los tres hundidos en la desdicha porque yo te seguiré queriendo y él nunca podrá quererte del todo, y tú jamás llegarás a olvidarme, al menos mientras el lunar sostenga el recuerdo de mis besos y de mis lágrimas.

Luis Mateo Díez

Crimen ejemplar, Max Aub

Hacía un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respetuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero cuando digo una cosa, la cumplo. Héctor me había citado a las siete y cuarto y no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía el pecho, me dolía el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café, lo más probable es que no hubiera sucedido nada. Pero ésas son cosas del destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa, nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Llegó a las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guantes forrados:
-¡Hola, mano!
Así, sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.

Siega cada imagen. Armando Roa Vidal.




SIEGA CADA IMAGEN.
Haz del lenguaje tu propio patíbulo.
Asciende pesadamente sus escalinatas.
Sé el verdugo. Cancela pronto la representación.




otros poemas del mismo autor

Alga quisiera ser. Ángel González.


Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.

Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.

Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…

Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.


poemas de Ángel González

El pájaro en la ventana - Microrrelato - Red Social Literaria - Publicar Microrrelatos | Falsaria.com

El pájaro en la ventana - Microrrelato - Red Social Literaria - Publicar Microrrelatos | Falsaria.com

Amor no consumado en un bar.

Le dijo “te quiero”, declarándole su amor.
La moza le trajo un té.
Le dio vergüenza aclararle el error; lo bebió, dejó propina, y se fue.


Nanim Rekacz, Argentina. Tomado de su blog "Mujer de cuarenta y tantos".

Verdaderas amigas.


Una pequeña niña se acercó a otra notoriamente más espigada y alta, y le preguntó por qué sus padres y hermanos insistían en decirle que no existía, que se trataba solo de una amiga imaginaria.

-No me vengas otra vez con lo de tu familia. Ya te he dicho que ellos solo están en tu mente -precisó la más alta.

-Está bien -respondió la pequeña, titubeante, mirándose las manos, como si de ese modo pudiera evitar que se desvanecieran. 

Ricardo Sumalavia, Enciclopedia mínima, Fondo Editorial PUCP, 2004.

Propiedad transitiva. Juan Romagnoli.


El enunciado era aproximadamente así: Si A es igual a B, y B es igual a C, entonces C es igual a A, ¿correcto? Bien. Esto es lo que yo llamo un pensamiento rigurosamente lógico; por tanto, ya sobre suelo firme, avancemos: si yo amo a mi esposa, y mi esposa ama a su bella hermana, entonces no comprendo por qué reacciona de ese modo.

Juan Romagnoli, Universos ínfimos, Ediciones Tres fronteras, Murcia, 2009.

El signo de la muerte. Anónimo.

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto amenazante. Esta noche, por milagro, desearía estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde se encuentra en la plaza con la Muerte y le pregunta:

–Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza? –No fue un gesto de amenaza –le responde– sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán y quería recordarle que allí tenemos una cita esta noche.

Anónimo, Las mil y una noches.

EL AMOR. KOSTAS AXELOS


Un estudiante alemán va una noche a un baile. En él descubre a una joven, muy bella, de cabellos muy oscuros, de tez muy pálida. En torno a su largo cuello, una delgada cinta negra, con un nudito. El estudiante baila toda la noche con ella. Al amanecer, la lleva a su buhardilla. Cuando comienza a desnudarla, la joven le dice, implorándole, que no le quite la cinta que lleva en torno al cuello. La tiene completamente desnuda en sus brazos con su cintita puesta. Se aman; y después se duermen. Cuando el estudiante se despierta el primero, mira, colocado sobre el almohadón blanco, el rostro dormido de la joven que sigue llevando su cinta negra en torno al cuello. Con gesto preciso deshace el nudo. Y la cabeza de la joven rueda por la tierra.


La casa. Harold Kremer.


Otra vez aquí —dijo la abuela—. Ven.

Cada vez que soñaba la abuela me llevaba por la casa, señalaba las puertas de los cuartos y decía: "Aquí vive tu bisabuelo, aquí tu hermano José, aquí Salvico, aquí..." Y así, en cada sueño, la casa crecía con los cuartos de mis antepasados.

 Alguna vez pregunté por uno de los nombres y la abuela me dijo: "Es el bisabuelo de tu abuelo".

Esta noche recorrimos la casa entera, repasamos los nombres y llegamos a un cuarto nuevo. Miré a la abuela. Me dijo: "Este es tu cuarto".

Harold Kremer, El Combate, Deriva Ediciones, 2004 

Había una vez. Javier Quiroga.

Un apuesto joven llama a la puerta y le pide que se calce la más hermosa de las zapatillas. En cuanto observa que esta se ajusta al pie perfectamente, la toma del brazo al mismo tiempo que le dice:

—Queda usted arrestada, esta zapatilla fue hallada en la escena del crimen.

Javier Quiroga, El libro de la imaginación, 1970.

Una historia fantástica. Rafael García.


“He de contarte —dijo el Maestro— la historia más fantástica de cuantas tus oídos hayan escuchado jamás; pero antes, debes cerrar los ojos”. 

Y mientras esto decía, sus rugosas manos se posaron sobre los párpados del imberbe aprendiz. 

 “Ahora —prosiguió el Maestro— escucha con atención: este relato habla sobre un ambicioso e inteligente anciano, que deseoso de robar la juventud el más bello de sus discípulos, le obliga a cerrar los ojos con el pretexto de contarle la historia más fantástica de cuántas sus oídos hubiesen escuchado jamás”. 

Tras un inquietante silencio, el alumno abrió sus cansados ojos y vio, horrorizado, cómo una joven silueta abandonaba la habitación.

Rafael García, El mago natural y otros abracadabras, Ficticia, 2008.

Burocracia. Eduardo Galeano.

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla. 



En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía porqué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería. 


Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé que general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca. 

                                                                    Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.


Dos poemas de Jacques Prévert.




En la tienda de la florista

Un hombre entra en la tienda de la florista
y elige flores
la florista envuelve las flores
el hombre se lleva la mano al bolsillo
para buscar el dinero
el dinero para pagar las flores
pero al mismo tiempo se lleva
súbitamente
la mano al corazón
y cae 

Al mismo tiempo que cae
el dinero rueda por el suelo
y también las flores caen
al mismo tiempo que el hombre
al mismo tiempo que el dinero
y la florista se queda allí
ante el dinero que rueda
ante las flores que se marchitan
ante el hombre que se muere
sin duda todo es muy triste
es necesario que la florista
haga algo
pero no sabe qué hacer
no sabe
por dónde empezar 

Hay tantas cosas por hacer
con ese hombre que se muere
esas flores que se marchitan
y ese dinero
ese dinero que rueda
que no deja de rodar.



De "La pluie et le beau temps"Versión de César Rojas



Para ti, mi amor

Fui al mercado de pájaros
y compré pájaros
Para ti
mi amor
Fui al mercado de flores
y compré flores
Para ti
mi amor
Fui al mercado de chatarra
y compré cadenas
Pesadas cadenas
Para ti
mi amor
Después fui al mercado de esclavos 
Y te busqué
Pero no te encontré
mi amor.

De "Paroles"
Versión de Claire Deloupy




OFRENDA. LAURA CASIELLES.


Toma, este es mi cuerpo,
Ha vivido tempestades y lleva dentro animales pequeños
que por su nombre podrían ser dinosaurios.
Toma, este es mi cuerpo,
te estaba esperando,
cada mañana lo perfumo y a menudo
no me deja dormir,
si te fijas bien verás que en los recodos
tiene la forma de tus manos.

Toma, este es mi brazo, tuyo,
este es mi labio,
tuyo,
este es mi cuerpo y enseguida
piel,
entrañas,
tuyo,
se va a poner a llorar de amor,
naranjas, viento,

toma,
este es mi cuerpo,
te estaba esperando,

a veces no estás y no es nada,

a veces cuerpo,

a veces voz.

                        (Laura Casielles, Los idiomas comunes)


Dos poemas de César Vallejo.


La cólera que quiebra al hombre en niños,
que quiebra al niño en pájaros iguales,
y el pájaro, después, en huevecillos;
la cólera del pobre
tiene un aceite contra dos vinagres.

La cólera que al árbol quiebra en hojas,
la hoja en botones desiguales
y al botón, en ranuras telescópicas;
la cólera del pobre
tiene dos ríos contra muchos mares.

La cólera que quiebra al bien en dudas,
a la duda, en tres arcos semejantes
y al arco, luego, en tumbas imprevistas;
la cólera del pobre
tiene un acero contra dos puñales.

La cólera que quiebra al alma en cuerpos,
al cuerpo en órganos desemejantes
y al órgano, en octavos pensamientos;
la cólera del pobre
tiene un fuego central contra dos cráteres.



De: Poemas Humanos



Masa

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos lo hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echose a andar...



Leer más textos en poemas de César Vallejo

Desencanto de la chica que se creía novia del artista de telenovela




He visto hoy tu foto en el periódico
y la he recortado. Tenías
los ojos azules y estabas
preocupado.
La tengo pegada en la puerta de alguna casa, perdona
el descuido y el tono narrativo.

Te vi el domingo en la tele. Me pregunto
si lo de ser actor es todo fingido. Nunca me hablas de estas cosas.
Y no sé tampoco lo que haces cuando no es domingo.
Ten cuidado. No bebas mucho.

Hoy te han hecho un a entrevista en la revista de siempre,
pero eso ya lo sabes.
Salían fotos tuyas, de nuevo,
te has cortado el pelo
y no me lo habías contado,
cómo eres, desde luego.

¿Creías que no me enteraría?
La he visto hoy, y a ti de su brazo, tonteando.
Parecías feliz, aunque cansado,
sí, te he visto con otra, en las noticias.
Y ahora mismo te abandono,
porque una cosa es que yo esté loca
y otra que no tenga dignidad.

                               Gloria Gil Romera. La manera de recogerse el pelo.

Mirar el mar

Con un hermoso poema recién descubierto de Sergio Borao me han dibujado esta preciosidad de postal. Espero que quien pase por aquí lo disfrute tanto como yo, con el murmullo de las olas.

 Efectos de sonido - - Olas de la playa .mp3
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Ondina. Abelardo Castillo.

La Sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante. Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro en el agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlos monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola. Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con respeto, como corresponde hacerlo con los escritores de cierta edad. Me pide consejos, libros, cuenta historias de balandras y prepara licuados de zanahoria y jugo de tomate. La otra está un poco más cerca del animal. Grita cuando hace el amor. Come pequeños pulpos, anémonas de mar y pececitos crudos. No le importa en absoluto la literatura. Las dos, en el fondo, sospechan que en ellas hay algo raro. No sé si debo decirles cómo son las cosas.

                                                               Abelardo Castillo, El espejo que tiembla, Buenos Aires, 2005.

Áspero abrazo (Concha Fernández González)



Me dormí a la orilla de un lago junto a un árbol de tronco retorcido. De pronto, sus raíces comenzaron a salir de la tierra como manos sarmentosas y a recorrer mi cuerpo. Exploraban mis rincones con la misma avidez que un animal hambriento. Molesto por aquella insistente caricia que no deseaba, las retiré entre sueños, pero ellas volvían. Aquellas extremidades leñosas persistían en su obstinado recorrido, aprisionando mi cintura cada vez con más fuerza. Inquieto, las sacudí de nuevo, esta vez con saña, intentando librarme de su asfixiante abrazo. No lo conseguí. De repente me encontré entre las manos un objeto cortante. Sin pensarlo, golpeé con él las raíces hasta que, soltándome, cayeron al suelo. Un líquido caliente brotó de su interior y me mojó la cara. Me limpié con la hierba, que parecía un lienzo, y continué durmiendo.
Cuando desperté, ella yacía ensangrentada a mi lado. Le faltaban las manos.

EL FINAL. Fredric Brown

"EL FINAL

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.

-Y he encontrado la ecuación clave - dijo un buen día a su hija - El tiempo es un campo. La maquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.

Apretando un botón mientras hablaba, dijo:

- Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto - dijo, hablaba mientras botón un apretando.

- Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que maquina la. Campo un es tiempo el. - Hija su a día buen un dijo -. Clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.


Final el"

(Publicado en "Lo mejor de Fredric Brown")



Morir contigo



Te dije
que quería morir entre tus brazos,
y aún después de muerta,
estar para siempre contigo.

Y por fin lo he conseguido.

Debo agradecer sin duda
a este hábito de ver tele por las noches,
a la cita con la compra de los sábados,
a la pregunta impertinente
de qué quieres de regalo,
a ese miedo del disgusto,
del qué dirán mis padres.

Qué bonito
compartir oficio,
ser los dos enterradores.

Qué necrófilo
que te vuelves por las noches
abrazando mi cadáver.

Qué simpático
este espíritu burlón que lo posee,

qué educado al retener la risa floja,
si es que ve tu mueca esforzada
cuando orgasmas en mi sexo seco.

Qué aséptica
esta voz de hojalata que me sale
al preguntar si has acabado.

Qué de paz te trae la muerte, tú.