Predori.




La ciudad eslovena de Predori es un recinto fortificado y dicen inaccesible. No es por lo inexpugnable de sus muros: cualquiera de las 17 puertas de acceso a la villa se abre sin dificultad alguna, empujando levemente. Pero cuando sobrepasa la muralla, el visitante encuentra otra, de la misma altura y grosor que la anterior, e inexplicablemente, idéntica longitud. Cualquier puerta que elija le llevará a otra pared con otras 17 aberturas. El ejercicio es extenuante si se prolonga en el tiempo, llegando algún viajero tenaz a sobrepasar 300 puertas con igual resultado.

Si bien parece imposible superar la fortaleza, escapar de Predori es sencillo. El agotado explorador debe salir (sea cual fuere el nivel del laberinto en el que se halle) por la última puerta que ha traspasado. Se encontrará de nuevo a cielo abierto, con la primera muralla extendiéndose ante sí.

Solo hay una manera de entrar en Predori. Sé que el avispado lector, siempre atento a la palabra, ya la ha descubierto.


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NOTA 1: Inventé la ciudad de Predori para el taller literario de El fantasma de la Glorieta, que os recomiendo (es gratuito y online) si os gusta escribir bajo consignas y formatos preestablecidos. En esta ocasión la propuesta consistía  en describir una ciudad inverosímil, por los factores que fueran. Predori ha sido elegida para comenzar un itinerario mágico que se está construyendo AQUÍ. Aún estáis a tiempo para participar si os gusta la idea.

NOTA 2. Es verdad que se puede entrar en Predori. También estáis invitados a descubrir cómo.

La carencia, Alejandra Pizarnik





Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.


Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.

Amor 77. Julio Cortázar.




  Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Sonámbulos



Dos sonámbulos se conocen en  un pub. No es que estén dormidos, aunque tampoco en pleno uso de sus facultades mentales: ambos han bebido demasiado, y se encuentran un poco mareados. Pero la música suena muy alta, y ella baila en el medio de la pequeña pista improvisada que dejan libre algunas sillas y mesas separadas, y él se acerca moviéndose desacompasadamente, y sonríen, y bailan juntos, haciendo cada vez más estrecha la distancia que separa sus cuerpos.  Surge el beso: "Estás muy buena.",  dice Salva, y ella sonríe de nuevo pero no quiere oír más, y hunde su lengua con fuerza en la boca del hombre. Entre trompicones salen,  van a la casa de él, se quitan la ropa a medias, tienen sexo, y caen dormidos muy rápido.

Ella sueña que le acaricia tiernamente la frente, apoyando sus dos palmas,  le pasa los dos índices por el arco de sus cejas,  y luego uno solo,  suave, por el puente de su nariz aguileña. Que se acerca a su oído y le susurra: “Eres tan perfecto”. Que le besa dulcemente  en el cuello, en la barbilla, en los ojos, en los labios, muy lento. Que le acaricia la espalda dibujándole una estrella, que es su nombre. Que lo ama.

Él sueña que le huele el pelo, que la atrae hacia sí rodeándola por la cintura, y aprovecha el recién nacido arco de su espalda para besarle el nacimiento de la uve de su pecho. Que sigue hacia abajo, haciéndole un caminito de besos, murmurando una ternura tras cada parada. Que recala en su estómago, murmurando Mi inicio. Que la ama.

Y como son sonámbulos, ambos están haciendo justamente aquello con lo que sueñan. Revueltos de sábanas y de sudor, ellos se huelen, lamen, pronuncian, acarician, tocan y besan, con el corazón arrojado a las manos y a la boca. Gimen, y hasta casi sollozan a veces, emocionados. Así durante toda la noche,  llenos de entrega y completamente dormidos, se aman.

Cuando Estrella despierta sin recordar, y después de ese breve instante en que uno no reconoce la pared que está viendo ni esa lámpara del techo, le sobreviene un nuevo extrañamiento, más profundo,  de encontrarse tan dulcemente abrazada. Con calma se viste y con expresión interrogativa se va,  intentando cerrar la puerta sin hacer mucho ruido. 

Adán y Eva I y IV. Jaime Sabines.

Adán y Eva, Tamara de Lempicka
ADAN Y EVA I

—Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
—Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?.
—Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.
—Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.




ADÁN Y EVA IV

—Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas?
Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquilany tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin  risas.
¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles?
Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo.
Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día.
Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca.
¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.


(para leer el texto completo pincha abajo)