Papá se muere todos los meses. Desde hace diez años. Normalmente a primeros. Algunas veces papá aparece colgado en la salita, con los ojos granates como cerezas podridas y la lengua floja. Otras sobre las baldosas de la cocina, las miguillas de los sesos acribillados desligándose en una charca grumosa. Hay días que me topo con su cuerpo hinchado y azul en la bañera. Y a menudo (esto lo detesto) papá está desnudo, despatarrado sobre la cama como un cristo obsceno y huérfano, con una cascada púrpura brotando sin redención del tajo abierto en su costado.
Los cadáveres de papá, cada vez más viejo, se apilan en el desván. Ordenados. Los metemos en cubetas de formol, por los olores, antes de que se descompongan. Siempre nos deslomamos por tenerlo todo impoluto, ¡faltaría más! Es fanática de la limpieza y el orden mamá. Fanática.
Hay meses esperanzadores, tardones, en los que me ilusiono cuando se acerca mediados. Pero mamá acaba compareciendo puntual y primorosa, su faldita almidonada, su nueva adquisición anudándole con alborozo la cintura.
—Cariño, te presento a Víctor. Puedes llamarle papá.
Después saca el retintín coqueto.
—Si papá no recoge tú me avisas, ¿eh?... ¡Faltaría más!
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Este relato quedó primer finalista en el III Certamen de Microrrelatos Fantásticos y de Terror de Sants, al que se presentaron 640 historias con el ánimo de intranquilizar al más valiente y peludo. Si queréis leer al ganador y a los otros 12 escogidos para la final, podéis pulsar EN ESTE ENLACE.